El arte comprometido es aquel que pone sus
habilidades al servicio de una causa, casi siempre noble. En el caso de M.
Moulud Yeslem (1977) al servicio de la causa saharaui. Desde este punto de
vista la exposición y exhibición de su obra constituyen un capítulo de la causa
general.
Su formación académica proviene de sus
estudios en arquitectura, el conocimiento de los lenguajes audiovisuales y su
concreción en las técnicas tradicionales: pintura al óleo, y motivos realistas:
escenas de los campamentos, sufrimiento del ser humano, la alegría de una
reunión en torno a una taza de té, el juego de las damas, el sentido
aristocrático de pertenecer al desierto, algunos bodegones. Denunciando por
encima de ello la condena al exilio forzado de un pueblo varado en el desierto
que añora la mudanza, que creen (y desean) inminente, a sus lugares de origen:
al Sáhara occidental.
Los retratos y las miradas de las figuras
revelan el misterio, el sufrimiento contenido, la denuncia de la injusticia.
Otros cuadros anuncian el viaje: los camellos en marcha, cargados, siguiendo el
camino de vuelta.
Mientras se recrean algunas escenas de la
vida cotidiana en los campos de refugiados. Este tema atrae especialmente a
Moulud, quien se vio exiliado en Cuba con once años.
Pero quizás el emblema de esta exposición
sea el barco varado, de este modo diferentes cuadros aluden directamente a este
motivo. Ya sea tributo del autor, ya de los poetas saharauis que han cedido sus
versos para alentar, bajo sus buenos augurios, a una dulce travesía.
Moulud firma en vertical indicando con ello
su aspiración a seguir creciendo y creando. Además confiesa su humilde
admiración hacia maestros como Picasso, pues líneas, sufrimiento y color se
conjugan en sus lienzos, tiñendo de esperanza vehemente lo que pudiera
revestirse de melancolía, nostalgia y frustración.
Lo que más llama la atención es la
presencia alegre y generosa del color, destacando la ausencia del verde y del
azul. Esta ausencia se explica precisamente por la mutilación de la naturaleza
(árboles, vegetación inexistente) y la lejanía del agua (océano, ríos).
En contrapartida el cielo sólo tiene un
color: el del fuego, para vestir la atmósfera incendiada de palidez. De ahí las
distintas gradaciones de la luz: amarillos, ocres, cremas, marrones.
El homenaje al «barco del desierto»,
referente simbólico, alude al pueblo saharaui varado en las hamadas del sureste
de Argelia. Los colores ocres del desierto, las casas de adobe y tiendas de
campaña difuminadas por una atmósfera densa (arena, viento y sol), nos permiten
vislumbrar la tragedia latente a que están condenados los jóvenes saharauis y
con ellos el propio pueblo exiliado, mutilado, detenido en un largo paréntesis
de la historia reciente que abarca ya 35 años.
De todo ello, sutilmente, sin estridencias,
con la sencillez iluminadora de una obra bella por su nobleza, nos habla la
pintura de Moulud. Como diría el poeta, cargo de conciencia para los que miran
para otro lado manteniendo las condiciones de exclusión e injusticia a todo un
pueblo, el único de los países árabes que habla nuestro idioma. Orilla Puente
entre Europa y América.